Summer nights

crepusculo-atardecer
Las noches de verano en mi infancia olían a jazmín. No estoy seguro de si era un jazmín o una magnolia, pero olía a gloria. De noche se hacía más intenso, levemente mezclado con el toque del azahar del limonero. En aquel jardín que ya sólo existe en mi memoria descubrí para siempre el misterio y la belleza de la noche. Aquellas eran noches oscuras, con estrellas... con los años vinieron los nombres: las Tres Marías (no sospechaba yo ni remotamente que era el Cinturón de Orión), la Cruz del Sur, el Carrito. Y cuando llegó a mis manos un pequeño catalejo (de los plegables, como los de las pelis de piratas) me enganché al cielo para siempre. Eran noches de jugar al escondite con los amigos, de escuchar la charla de los mayores que sacaban las sillas a la vereda, de feliz inconsciencia de lo que habría de llegar. Nunca tuve miedo a la oscuridad, al contrario... los fantasmas y monstruos suelen andar pavoneándose a plena luz del día. Añoro aquellas noches, ese tiempo inocente. A veces miro las estrellas, pero no es lo mismo. El río del Tiempo me ha arrastrado ya muy lejos de aquellas noches y aquellos tiempos.