Elisa

                                Argentina, tras el golpe de estado de Videla,1976

Mil cosas acudieron a su mente en ese momento… recordó la noche terrible en que su padre (su Dios) volvió a casa desencajado, pálido, ausente. Recordó a su madre angustiada llevándolo a su habitación, la larga conversación punteada de sollozos, el torpe intento posterior de explicarle que papi no tenía trabajo, los fríos días en que no había nada en la mesa, la sensación de desconcierto en su mente infantil, que no se explicaba la relación entre esos dos sucesos.

Recordó la lenta desintegración de su familia: su padre cada vez mas hundido en la bruma del alcohol, de la que sólo salía en ocasionales arrebatos de cólera, su madre avejentada, destruida por la miseria y las preocupaciones, su hermana que cada vez pasaba menos tiempo en casa... quizá allí comenzó todo el ovillo que hoy terminaba de desenvolverse.

Elisa siempre había sido independiente y fuerte, arrogante según algunos, pero él sabía que su corazón indómito latía con el fuego de la Justicia. Una noche la sorprendió despidiéndose de un amigo en la puerta de casa; espió con la esperanza de ver un beso furtivo, pero sólo vió cómo ella sacaba algún objeto pesado debajo de su campera y se la pasaba a su acompañante, que lo ocultó también en la parte trasera de su cintura, oculto por el abrigo... él era pequeño, pero aquellos (como éstos) eran tiempos difíciles, en los que la inocencia moría enseguida. Calló siempre esta escena, la atesoró en su corazón, sin que ella supiera que compartían ese secreto...
El tiempo pasó, y las cosas iban a peor. Elisa ya casi no venía, y él convivía con la silenciosa desesperación de su madre y el fantasma de su padre. Hasta aquel día. Tres hombres jóvenes llamaron con fuerza a la puerta nocturna. Era mal presagio, nadie llama a tu puerta de noche. Al abrir, se precipitaron dentro llevando el cuerpo roto y ensangrentado de Elisa. Hablaron algo de un enfrentamiento con los milicos, que no se preocuparan, que la Orga iba a hacerse cargo de todo por la mañana, que escondieran el cuerpo hasta que ellos se lo llevaran. Partieron tan rápido como habían venido, sombras en la noche. Se quedaron alrededor del cuerpo, en un estupor sólo quebrado por el llanto de Mamá. Él acarició el rostro inmóvil, tranquilo, noble, y reparó en el bulto que ocultaba la chaqueta.

Ahora esperaba, inmóvil como una estatua bajo la lluvia. La zurda le dolía de apretar la culata, pero nada sentía. Ni rabia, ni dolor... no pensó en la Justicia, ni en el Pueblo, ni en ninguna abstracción . Sólo esperó a que el milico pasara a su lado y levantó el brazo, lentamente, deliberadamente. Sonó el estampido, y quedó solo bajo la lluvia, en una calle cualquiera, en un día como todos.