日本国 - Nippon-koku

No, no me he vuelto (más) loco ni es una receta de comida china. Es el nombre real del país que conocemos como Japón. En general, me gustan casi todos los países, cada cual tiene algo que aportar en materia de paisajes, gastronomía, idiomas, costumbres... pero Japón es una de mis debilidades.

En principio me encantan sus contrastes: en un sitio tan pequeño conviven un delirio futurista a lo Blade Runner como Tokyo, con sus rascacielos y sus jóvenes que parecen haber desayunado LSD con sitios como Kyoto, donde el tiempo parece haberse detenido. La tradición más arcaica convive con la forma de vida más enloquecida sin conflicto aparente. Conviven de forma armoniosa, y esa palabra, armonía, junto con elegancia, es quizá lo que me viene a la mente cuando pienso en ese país. Hay en la TV un programa de cocina en el cual a veces aparece un joven cocinero japonés... simplemente con ver el arte, la (me repito) elegancia fluida de sus movimientos, te haría saber que es japonés, aún sin ver su cara. Cuando veo los rituales del Shinto o del Zen, sus jardines, sus modales, y los comparo con Occidente... madre mía, parecemos los tipos más toscos del planeta. Ojo, no estoy diciendo que sea una sociedad maravillosa: trabajan como animales, viven en pisos minúsculos, su consumismo es más desaforado aún que el nuestro... pero esa pervivencia del acervo cultural me fascina.

En muchos países la religión ha tenido un papel principal en lo que se puede llamar idiosincracia nacional. El catolicismo ha dejado huella indeleble en Europa Occidental, y en Japón el Shinto y el budismo Zen han moldeado su carácter y su estética, una vez más sin conflicto, de manera armoniosa. Quien haya estado en un monasterio del Zen puede encontrar los elementos que más me gustan de la cultura japonesa: la precisión en el gesto, la cortesía, el cuidado exquisito en el detalle. Esa manera suave y fluida de ejecutar la cosa más nimia, como servir el té, no la he visto en ninguna otra parte del mundo. Incluso en algo tan bestia como las artes marciales podemos encontrar ese mismo espíritu en el Aikido, pura fluidez de movimientos, un bello y letal ballet... claro que en el Karate o en el Jiu Jitsu que practiqué tantos años encontramos también la otra cara de Japón, la de la eficiencia despiadada, el espíritu banzai, aunque esté encorsetado en las estrictas reglas del Budo, el Camino del Guerrero, con sus estrictas reglas de honor.

Y qué decir de las artes... shôdo, la caligrafía, es una verdadera maravilla, como la pintura a la acuarela. El ikebana, el origami... manifestaciones artísticas que requieren una dedicación minuciosa y un amor al detalle muy, muy difíciles de lograr para quien no sea japonés. Y no se quedan cortos en música, las composiciones para koto y flauta de bambú son absolutamente encantadoras... etéreas y suaves, y muy diferentes a nuestro sentido musical. Y si incluímos a la gastronomía dentro de las artes... qué decir. Unos platos delicados y armoniosos, placer tanto para el paladar como para la vista (es una pena que en Occidente sólo conozcamos sushi, y del malo).

En fin, que no me importaría pasar unas semanas allí. Sobre todo la costa Oeste, realizando la ruta de Edo y visitando algunos templos y lugares famosos, como el sitio donde se dice reposan los Cuarenta y siete Capitanes que nos cuenta Borges. Pero si me voy, no se preocupen, mandaré fotos. Y prometo no escribir en japonés.