¿Recordáis el irlandés de “Braveheart” que decía que Irlanda
era suya? Mentía. Irlanda es mía, y os voy a hablar un poco de ella.
Apenas aterrizado en Dublín, ya recibes tu primera lección:
esta ciudad es en verdad Báile Atha Clíath, la “ciudad amurallada por un lado”.
Efectivamente, siendo sus fundadores los Wykings, nada tenían que temer del
mar, así que la amurallaron sólo en la parte que miraba tierra adentro. Es una
ciudad partida en dos por el río Liffey, y plana, de casas, no pisos enormes, a
escala humana. Invita a pasear. Hay muchas formas de saborearla. Para quien
conozca la larga lucha por la independencia está llena de símbolos: el
castillo, donde operaba el servicio de inteligencia inglés y donde tantos
patriotas fueron torturados y asesinados, la GPO (Oficina General de Correos),
donde el nacionalista gaélico Padraigh Pearse leyó la declaración de la
Independencia en la fallida Revolución de la pascua de 1916, siendo luego
asesinado junto a los otros firmantes sin juicio ni nada que se le pareciera y
donde podemos admirar hoy una magnífica estatua de Cú Chulainn, uno de los
héroes mitológicos de la Isla Esmeralda, los Collins Barracks, sitio histórico
hoy museo donde estuvieron encarcelados la mayoría de los grandes patriotas, el cementerio de los Héroes, el bellísimo
monumento a los Caídos, donde las almas en forma de cisne abandonan sus
cuerpos...
Pero mi isla es mucho más antigua. Podéis dirigir vuestros pasos al
Trinity College, donde además de gozar de su enorme biblioteca podréis admirar
el Book of Kells, el libro iluminado medieval de estilo irlandés puro que se
conserva en el mundo (cada día se le da vuelta una pagina), o extasiaros en el
National Museum ante la tumba de un Wyking, espadas y hachas medievales, el oro
de los Celtas... Para los amantes de la arquitectura religiosa tenemos la
Iglesia de Santa María y sobre todo la Catedral de San Patricio, la más grande
de la isla, con 90 metros de nave y repleta de recuerdos históricos. Si tras el
atracón de cultura e historia queremos juerga, estamos en el sitio indicado.
Temple Bar es una opción, con decenas de pubs, aunque mi favorito está a una
manzana de distancia, en el Happiness Bridge. Allí hay cerveza de la buena,
gente amable y alegre y los viernes y sábados noche música en vivo, aunque en
esto hay para elegir, ya que los dublineses son al parecer músicos naturales, y
muchas veces gente aficionada que toca en la calle por afición hace que se te
encoja el alma sólo con un whist y un bodhran.
Podría extenderme más, pero eso será en otra ocasión. Ahora
alquilamos coche (en mi opinión, la mejor opción), así añadimos un toque de
aventura e incertidumbre a nuestro viaje al conducir por el lado contrario.
Parada imprescindible si vamos al sur: Cashel. Las ruinas del castillo abadía,
rodeada de campos verdes, sumida en la niebla, erizada de cruces celtas, con el
graznido de los cuervos y la tumba con motivos Wykings de Brian Boru, primer
Rey de Munster pueden hacerte retroceder en el pasado de la mejor manera, os
aseguro que sales de allí mudo, por no estropear el hechizo con palabras.
Siguiendo hacia el sur, llegamos a la ciudad rebelde por antonomasia, la
pesadilla inglesa: Corcaigh, Cork por mal nombre. Desgraciadamente todo lo
vemos o casi es moderno, ya que en la Guerra Tan los delincuentes indultados en
Inglaterra y enviados a Irlanda a sembrar el terror (los tristemente célebres
Black and Tans) quemaron la ciudad hasta los cimientos. Pero hoy se alza
orgullosa, con una magnífica universidad que os recomiendo visitar y una visita
imprescindible: el castillo de Blarney. Allí se encuentra una piedra que según
la tradición si la besas recibes el don de la elocuencia (yo la he besado y me
he vuelto más parlanchín, pero no más sabio. El ser elocuente no implica que lo
que digas sea mejor).
The Ring of Kerry |
Corcaigh es la lanzadera hacia el Gaeltach, la zona de
habla gaélica. Cuando entras allí, un cartelón en la carretera te lo advierte:
Inglés..bye, bye!! Los nombres de los pueblos, las calles, los comercios...todo
en gaélico. Pero que esto no os desanime, los irlandeses son la gente más
hospitalaria que he conocido y nunca tendréis problemas por el idioma (ni
aunque ignores el inglés). Siguiendo hacia el Oeste está la bravía costa
desgarrada que mira al Atlántico. El Ring of Kerry es una zona de belleza
indescriptible, azotada por un viento incesante que llega del mar. Allí la
alternancia de nubes, sol, lluvia, niebla...crean un ambiente realmente mágico,
con colores como nunca habías creído posibles. Y es sólo la antesala de mi
sitio favorito: la península de Dingle. Salvaje, como un puñal que se clava en
el flanco del Océano, con playas enormes y solitarias, azotadas por un viento
que te mantiene en pie aunque te dejes caer hacia delante. A cada recodo, un
pueblecito multicolor de bravos pescadores, y los ecos de la historia por
doquier: las torres redondas, donde los monjes medievales pusieron a salvo
mucha de la sabiduría de Occidente mientras en el continente casi se había
olvidado el uso del latín, el Gallarus Oratory, un curioso oratorio en forma de
barca invertida construido sin argamasa en el siglo IV y que aún hoy se
conserva absolutamente impermeable, la Iglesia de San Brandan, donde las
cruces conviven con las estelas celtas cubiertas de caracteres ógmicos...
Ya más al norte, Galway, y uno de los paisajes más
impresionantes del mundo: los acantilados (cliff) de Moher. Casi cien metros de
caída en absoluta vertical, como si la costa hubiera sido cortada a cuchillo. Y
la bahía donde los náufragos de la Armada Invencible fueron asesinados en la
playa por los ingleses y una placa en castellano rememora aquella matanza...
Incesante Irlanda. Me abstengo de hablar del Ulster ya que
no iré allí mientras siga invadido, y que conste que me he dejado centenares de
cosas en el tintero. Pero confío en haber picado la curiosidad de algún lector para que alguna vez visite mi isla. Desde luego, cuenta con mi permiso.